Si las hormigas te recuerdan, si tu nombre
grabado en la corteza de los años
sobrevivió a la lluvia y al consuelo
posterior a la muerte, si tu rostro
viaja por los espejos de las hermosas tardes
y florecen todavía los hongos
del bautismo en tu carne y estás cierto
de que este corazón que han socavado
las aguas del olvido hasta hacerlo habitable
te pertenece aún, si todavía
puedes sentir tus manos
hundiéndose en un cuerpo, si tu vientre
no claudicó ante el hielo
ni la cera del odio ardió completamente
en tus tristes pupilas y andas ciego y sin sombra
y cien años no bastan para dar a tus huesos
la amarillez hostil e impenetrable
de todo lo que dura, si aún caminas
por entre los que un día se rindieron
y cubren ya las rosas
tu rostro de cenizas inminentes:
da tu voz a un mendigo, tus ojos a los perros,
da tu vientre a las turbias higueras de la noche
y enrojece tus manos con la sangre enfermiza
de todos los que creen en la bondad de los pájaros.